Por Pablo Alzuagaray
Recuerdo que encontré estas máximas pegadas en el muro de una tienda hace muchos años, y desde entonces siempre las he tenido en cuenta cada vez que comienzo a perder la fe o la paciencia ante los obstáculos y dificultades que a veces se interponen a la concreción de mis metas y objetivos.
El autor de las mismas es anónimo (durante mi infancia creía que Anónimo era un famoso poeta latino, autor entre otras obras, del Poema del Cid y de Robin Hood). En Internet he hallado diversas versiones basadas en el mismo tema, pero no ésta, que finalmente volví a copiar de un afiche que yo mismo me hice y que habitualmente colgaba en la pared de mi despacho, bien visible para no dejar de tenerlo en cuenta.
Las máximas o sentencias en cuestión se titulan "El ganador y el perdedor", y como su nombre lo indica se trata de una confrontación a modo de antítesis positivo-negativo, entre dos tipos de actitud al momento de enfrentar la vida. Obviamente, cada vez que me he sorprendido in fragantti actuando como "el perdedor", busqué rápidamente volcarme nuevamente al otro carril.
Sin embargo, en 20 años -aproximadamente el tiempo desde que conocí este texto por primera vez- algo debo haber evolucionado, porque ni la palabra Ganador, ni su contraparte menos deseable tienen ya para mí una connotación positiva.
Para alguien cada vez más convencido de la importancia del cultivo, difusión y, si es necesario, la reinstauración de una verdadera cultura cooperativa frente a la competitividad que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la humanidad, no le encuentro sentido a "ganar" como sinónimo de éxito. Ganar siempre implica superar, excluir al otro. Incluso "ganarse a uno mismo" implica una lucha interna, una competencia con lo que no aceptamos, lo que no queremos ser, frente a lo que pretendemos convertirnos.
¿Es que no hay forma de sentir que hemos alcanzado un logro si no es comparándolo con el resultado del prójimo? ¿Es que no hay otra manera de ganar que aquella en la que otro pierda? ¿Mis virtudes deben medirse con las fallas del prójimo para poder distinguirse? ¿Que yo tenga razón, implica obligadamente que el otro esté equivocado? ¿Qué yo quiera ser mejor, significa que ahora no soy nada?
Creo que más bien, en la vida no hay ganadores ni perdedores, sólo participantes. Finalmente todos estamos condenados a evolucionar: algunos lo harán antes, otros más tarde. En todo caso, no creo que exista un premio celestial para quienes lleguen primero...
En plan de encontrar una idea lo más simple posible, recaigo nuevamente en la de la dualidad de los estados de conciencia entre aquellas personas que buscan y cultivan los aspectos positivos de la existencia, y aquellas otras que, aunque más no sea por momentos, caen en la negatividad.
Por ello, me tomo la atribución -y en tanto que el poeta Anónimo no reclame sus derechos- de sustituir en adelante la palabra Ganador por "el hombre positivo" y perdedor por "el hombre negativo", entendiendo a hombre, obviamente, como sinónimo de ser humano:
El hombre positivo y el hombre negativo
El hombre Positivo siempre está haciendo.
El hombre negativo siempre está hablando.
El hombre positivo siempre tiene un plan de acción.
El negativo siempre tiene una excusa para no hacer.
El hombre Positivo dice: “¡Deme la oportunidad de hacerlo...!”
El negativo dice: “¡Ese no es mi trabajo!”
El hombre Positivo tiene una solución para cada problema.
El negativo tiene un problema para cada solución.
El hombre Positivo hace fáciles las cosas difíciles.
El negativo hace difíciles las cosas fáciles.
El hombre Positivo: “Esto puede ser difícil, pero es posible lograrlo”.
El negativo dice: “Esto puede ser posible, pero es difícil que lo haga”.
El hombre Positivo se “agranda” ante las dificultades.
El negativo se “achica” ante los inconvenientes.
2 comentarios:
Gracias, Pablo, por una nueva colaboración. Como siempre, más que interesante.
Un abrazo.
muy buen post, agregaria que con solo Ser, ya se esta haciendo...saludos desde Tandil.
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